Acabar las relaciones con una pareja romántica es fácil. La lírica occidental lleva hablando de rupturas y amores perdidos unosos mil años así que todos tenemos una colección de herramientas inconsciente sobre las rupturas. Un clavo quita otro clavo. Traición. Libertad. Chocolate, helado y kleenex. A todos mis ex-lovers, pido atención. Etc.

Como bien vieron en Píkara, la amistad, sin embargo, no viene con manual de instrucciones. Sabemos ligar, flirtear, encontrar sexo para hoy, enamorarnos, polienamorarnos o cometer adulterio, pero si a veces no sabemos hacer amigas nuevas, mucho menos sabemos qué hacer cuando las perdemos.

El feminismo lleva repensando el concepto de la amistad entre mujeres durante varios años. Sea en el marco de las redes cuidados o de las relaciones al margen del amor romántico, lo cierto es que pocas sabemos gestionar el fin de las amistad. Ane Elezegui la clava al decir que «Una ruptura entre amigas, que no tiene nada que ver con una ruptura amistosa, te deja sin hoja de ruta. Si rompes con una pareja siempre queda la esperanza –y el reto– de tratar de ser amigas. ¿A dónde vas entonces cuando se rompe un vínculo de amistad? A la mierda. Te vas a la mierda».

Está claro que la mayoría de amistades, igual que las relaciones amorosas -en sus versiones más o menos tradicionales- no son para toda la vida. Muchas de ellas mueren de forma natural, sin traumas de por medio. Las relaciones afectivas son difíciles de mantener y es habitual que ambas partes renuncien a ellas.

En mi caso la emigración tampoco lo pone fácil. De entre todos los inbetween que una acaba habitando, las amistades son las que se llevan la peor parte. Las viejas amigas desaparecen del día a día, con suerte alguna te viene a visitar, pero la amistad -a diferencia del amor romántico- vive mucho de la cotidianidad y de un día a día compartido sobre el cual no hace falta dar explicaciones. A mis amigas preemigración suelo que tener que darles muchos contexto. Y es agotador.

También están las nuevas amistades. Aquellas que te han conocido en un lugar nuevo y que a menudo comparten el día a día contigo. Esas amistades no saben de tus exparejas, ni de aquella vez  que te caiste a una fuente puesta de eme. Pero saben de tu cotidianidad, de la aculturación y del estar en dos sitios y en niguno a la vez. Saben cómo te sientes porque ellas se sienten igual y entonces hay que preguntarse por las familias, los neologismos y la calidad de las croquetas al volver de las vacaciones.

Cuando las relaciones se rompen, se pierde también una lengua. Las bromas internas, los motes, el conocimiento compartido y las palabras inventadas en español por influencia del inglés. Cada relación de amor y de amistad tiene una lengua propia que nace, se desarolla, a veces se reproduce y muere. Y aunque no todas esas muertes son violentas o abruptas (las hay pacíficas y naturales), nadie te prepara para cuando son abruptas o unilaterales. Como dice Ane Eleizegui ‘No hay lugar al que volver cuando rompes con una amiga. Te quedas sin himno y, entonces, quizá entonces, puedas aprender a silbar’.

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Buganvillas

Crema solar

Beber cervezas en la plaza del pueblo hasta las 2 de la mañana

Olor a cloro

Sal y arena (el cliché mediterráneo)

Sardinas

No llevarse una chaqueta

El aire acondicionado del Mercadona

Parece que corre algo de aire

Puto calor

Gazpacho, tomate, pepino

Sandía, melón

Melocotones

El melón no ha salido bueno

No vas a cocinar con este calor

Calor seco vs calor húmedo

Guiris o la ausencia de ellos


Pasa que un día te levantas y te acuerdas que tienes un blog, lo miras, y descubres que has pasado de joven promesa investigadora a mucho menos joven y nada prometedora profesora de español en el Reino Unido. La movilidad exterior, ya saben. Desde que terminé mi flamante tesis doctoral, he pasado por estudiantes de máster chinas, por adolescentes búlgaros y ahora por ingleses con casas en Andalucía, todos ellos con el común y encomiable deseo de aprender la lengua de Cervantes. Y todos ellos, a menudo, repitiendo los mismos tópicos sobre España, que yo, en humilde afán de servicio público, paso a reproducirles. 

  1. España es un país muy católico.
  2. Sangría.
  3. ¿En serio que la paella no lleva chorizo?
  4. ¿En serio que la tortilla de patatas no lleva chorizo?
  5. ¿Las tiendas las cerráis a mediodía para echar la siesta, no?
  6. Tenéis muchas fiestas. 
  7. Voy a hacer el trabajo de fin de grado sobre Narcos.
  8. Voy a hacer el trabajo de fin de grado sobre Rosalía.
  9. Quiero aprender el español de Madrid.
  10. Mañana, mañana, jaja. 
 

Sí señora, con un par, me reabro el blog, 2.0, volumen 2, nueva época, new management. Con la clara intención de que no me lea nadie. 

Antes de que vivir en el norte de Inglaterra, mi espectacular trabajo fijo en la universidad -proper Lecturer, ni más ni menos- y básicamente la adicción al teléfono y las redes sociales me sequen del todo el cerebro, he decidido volver a comprobar si soy todavía capaz de escribir oraciones subordinadas. 

Mi objetivo es llegar a una audiencia de cero, no enlazar nada a mis perfiles en otras redes y superar aquel personaje digital de la Miss Ántropa de hace ocho años para firmar con mi nombre, que al fin y al cabo es mucho más personaja que todos los avatares (¿todavía se usa esa palabra?) que me pueda inventar. 

Podría haber rediseñado el blog desde la clásica óptica migrante de «Desventuras de una señora española en la Inglaterra del Brexit», pero hubiera sido altamente inexacto. En primer lugar, porque mis desventuras son escasas, y una tiene la suerte de que no le haya ido mal del todo. En segundo, porque lo de señora sería discutible y, finalmente, porque lo de española como un adjetivo asociado mi persona resulta una pura casualidad geográfica, no descubierta hasta que salí de Espein hace seis años, con dos gatos y una maleta llena de sueños.

Además, repetir todos los clichés de los españoles que aterrizan en Manchester para mejorar su inglés (not anymore with Brexit) me parecía tremendamente aburrido. ¿Son los británicos unos borrachos con dudoso gusto estético y peligrosas inclinaciones hacia el fascismo? Probablemente. ¿Distan mucho de los españoles? No demasiado, y si no fuera por Zara los españoles todavía vestirían cual república soviética. 

Igualmente, que la inexistente audiencia de este blog espere un escaso respeto hacia el monolingüismo en futuros textos. Viniendo ya de una región bilingüe, donde se dice -porque si no nadie te entiende- rachola, terrado y plegar de trabajar, no es tan extraño, ni lingüísticamente excepcional, que mi español esté también lleno de anglicismos. 

No negaré también que la muerte de Almudena Grandes y ver a Luis García Montero en las noticias, de uno de cuyos poemas toma nombre el antiguo blog, me recordó que hubo un tiempo en que yo escribía, y mucho. De hecho, escribía una tesis, y escribía este blog, y escribía artículos académicos y rellenaba libretas de forma compulsiva.* Volver a tener una vida normal, sí, ahora en 2021, que los trabajos estupendos en las universidades británicas no suelen conseguirse sin haber penado bastante antes, quizá me permita volver de nuevo a reconectar con la escritura. Y un poco también con la spanishness que no sabía que tenía. 

Y qué putadísima pena que se haya muerto Almudena Grandes y me van a contar ustedes cuántos escritores españoles han tenido entierros a los que la gente ha ido libro en mano a rendir homenaje. Que la Pardo y la Grandes nos guarden la salud por mucho años.

 

* Disclaimer: es probable que la memoria idealice el pasado.

Imagen: Homesick, de Benoit Aubard. Imagen mía tomada en la Manchester Art Gallery en enero de 2020

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Desde mi exilio búlgaro, mientras intento inculcar la lengua de Cervantes a los adolescentes patrios, he asistido a la explosión en Internet del furor y la indignación hacia Fifty Shades of Grey, basada, como ya sabrán ustedes, en el libro homónimo. De hecho, no veía yo desde Twilight tal explosión de odio hacia una película. Y yo me pregunto, si Hollywood ya nos tiene acostumbrados a sus producciones, no particularmente feministas, no particularmente nada, ¿por qué esta en concreto ha recabado legiones de haters, miles de parodias e incluso ha movilizado a las actrices porno?



Antes de nada, primera aclaración: no he leído el libro ni visto la película, pero como estoy lejos de mi patria me siento impelida a hacer algo tan español como opinar sin tener ni puta idea, porque, al fin y al cabo, para eso se tiene un blog. Segunda aclaración: mis intereses por el feminismo y los estudios de género me llevan a cometer actos absurdos, como hacer tesis doctorales, publicar artículos que nadie lee e interesarme por fenómenos de la cultura popular como el que nos ocupa. Tercera aclaración: yo siempre he sido más de Sacher Masoch, que ya inventó este tema en 1862, así como de los deliciosos casos clínicos que los médicos europeos del siglo XIX se empeñaban en narrar, alcanzando unos niveles de pornografía mucho más entretenidos.
Dicho esto, al grano que voy y expongo ya mi teoría, que en realidad no es mía y nos remite otra vez al siglo XIX:

las mujeres no saben leer

Ojo, que no lo digo yo. Lo dijo Flaubert cuando escribió Madame Bovary a mediados del XIX. ¿Mujeres y novelas románticas? ¡¡Cuidado!! Miren lo que pasa, las interpretan mal, confunden la ficción con la realidad, no entienden nada y luego todo son adulterios, ruinas económicas y suicidios por arsénico. Las mujeres, claro está, siempre han tenido fama de malas hermeneutas. También lo dijo Galdós, cuando escribió La desheredada en 1881: fíjense en esa pobre desgraciada de Isidora Rufete*, que ha leído mil y un folletines y, como Emma Bovary, ha pensado que eran la pura verdad y que ella era la hija pródiga de una aristócrata. Debido a esa nefasta actitud se ha acabado convirtiendo, ¡sorpresa! en una prostituta. También algo parecido insinuó otro insigne padre de la novela decimonónica, Leopoldo Alas, «Clarín», cuando puso a Ana Ozores, la protagonista de La Regenta, a leer a Fray Luis de León, Santa Teresa o San Juan de la Cruz: obviamente la pobre Ana no entendió nada, y a lo único que le condujeron sus edificantes lecturas fue a tirarse al guapo del pueblo, y a casi cepillarse paralelamente al cura del mismo pueblo. 
La lista de ejemplos podría ser muy larga y quizá, si han tenido el cuajo de leer hasta aquí, se estarán preguntando qué tiene esto que ver con el empotrador de Christian Grey. De hecho, con él no tiene que ver nada, pero sí mucho con las mujeres que lo ven como tal. Y es que el mundo cincuenta-sombras-de-Grey-es-una-mierda mantiene exactamente la misma premisa que los venerables escritores citados: las mujeres que ven dichas películas, que leen novelas románticas y que en general consumen ficción que entra de algún modo u otro bajo la compleja etiqueta de lo «femenino» se creen que sus lecturas son reales, que aparecerá un maromo a azotarlas, se las chuscará y luego las paseará en su jet privado… Ello conduce directamente a otra premisa que estoy hasta el chirri de oír: 

las mujeres consumen mierda cultural 

Evidentemente, como somos unas hermeneutas lamentables y no sabemos entender nada de lo que leemos, sólo nos gustan porquerías como las novelas románticas (sean del XX o del XIX), las películas de Sandra Bullock, Twilight y la cincuenta sombras de marras. Se trata de una asunción tan extendida que está incorporada casi siempre a la mayoría de parodias que he visto un Youtube. Alerta a partir del minuto 1.08:

La imagen no puede estar más clara. Sí, ya sé que es una parodia, que es humor y tal… pero estoy un poco hasta el moño del mismo humor de siempre, privilegiado, hecho por hombres occidentales y más previsible que una fecha de caducidad. Conste que esta visión de la mujer como idiota cultural es aplicada también, como ya señaló sesudamente la gran Rita Felski, al modo de relacionarse con la cultura de las clases bajas y en general, de las masas. Y es que, queridas y queridos, el ser un intelectual es lo que tiene: uno debe señalar a aquellos pobres desgraciados excluidos del selecto círculo de los que entienden a Joyce y decir, miren, aquí tenemos a la clase obrera, o a las mujeres, o a X alienado por la basura cultural que produce [inserte aquí su malo malísimo particular, normalmente Hollywood o la industria editorial].  Porque queremos una revolución, sí, pero ya si eso que la hagan los intelectuales, que la clase obrera no ha leído suficiente y ya no digamos las amas de casa, que si no acuérdate del 36, que ellas eran las que votaban a la derecha… ¿Eh, Pablo Iglesias?

¿Y qué dice el feminismo…?

Pues así, en general, el feminismo dice esto y todo lo contrario porque, a ver si nos vamos enterando, el feminismo no es un credo monolítico en el que todas quemamos nuestros sujetadores, enseñamos las tetas a lo Femen y nos dejamos crecer los pelos del sobaco. Aunque en cierto modo, aplaudimos a aquellas que lo hacen… y a aquellas que no. El feminismo, como el vello de mis axilas, no es uno, si no muchos y muy variables. Si eso ya lo buscan en la Wikipedia, que yo por dar clases magistrales suelo cobrar dinero. 
Sin embargo, he detectado cierta tendencia general en los feminismos cibernáuticos que sigo basada en poner a parir Cincuenta sombras de Grey, con pocas fisuras respecto a los discursos más habituales en torno a la alienación cultural, añadiendo en estos casos una visión en la que se afirma con alarmante unanimidad que tanto el libro como la película producen mujeres sumisas que reproducen los esquemas patriarcales de género. Incluso una revista que me parece un modelo bastante digno para aproximarse al feminismo como Píkara anunciaba el otro día por FB su intención de aproximarse al «fenómeno» de forma un poco más abierta, metiendo en mi opinión estrepitosamente la pata en el intento:**
¿Perdón? ¿Debo daros las gracias, hermanas, por no sacar el «feministómetro»? ¿Soy menos feminista porque no veo cine independiente? Honestamente, jartita estoy de que, precisamente desde una posición básicamente caracterizada por su maldita y constante revisión de las identidades, ahora resulte que para ser buena feminista haya que encajar en un perfil determinado. Lo siento amigas: no soy lesbiana (la mayoría del tiempo), ni me rapo el pelo, ni vegana, ni poliamorosa. Ni me gusta el cine alternativo por pesado y cansino y, es más, tengo una relación monógama con un varón blanco y, que me conste, heterosexual. Y estoy un poco hasta el coño de que el feminismo, en lugar de tender puentes de solidaridad, comprensión y celebración con todas esas mujeres que han disfrutado, se han tocado, han sido tocadas y han ido a la ferretería secretamente a comprarse una cuerda después de ver la película, las trate como a incultas catetas que no merecen entender un buen libro. ¿Ah, calla, eso no es lo que hacía el machirulismo de toda la vida?

concluyendo…

Dejen a las mujeres tranquilas: usted no es mejor, ni más feminista, por leer a Henry Miller (mucho más machista que las Sombras, por otra parte) en lugar de Harry Potter.

Las lectoras / espectadoras, no son tan imbéciles como usted cree: nadie que lea Macbeth se convierte en un maltratador por ello, premisa que sí se asume respecto a la cultura popular. 


El consumo, reapropiación e interpretación que realizan las fanses de Grey siempre será variable y complejo y no puede reducirse a un maniqueísmo dicotómico, bueno/malo; machista/feminista; alienante/transgresor.

Feministas: vamos a empezar a valorar el placer como parte intrínseca de cualquier ficción, y a empezar a mirar críticamente como el patriarcado contempla a las consumidoras de ficción. 


En resumen… dejen de tratar a las mujeres estúpidas.

Contenta me tienen. 
* Adivinen por qué mi gato se llama Isidoro. 
** Nada mal el artículo de María Castejón, una de las pocas voces críticas que me he encontrado por la red.

PD.: ¡Feliz casi ocho de marzo! Sigan luchando, por favor, que la batalla es larga.

Como cada año, aprovecho para desearles 

Felices fiestas y un próspero 2015
Habida cuenta de la que está cayendo, les invito a seguir soñando por encima de sus posibilidades, y luego si eso ya veremos. 
Fuente imagen: Wellcome Images
Por circunstancias de la vida, he pasado el último mes en Winterfell Leeds, una ciudad antiguamente industrial, hoy estudiantil, y fea de cojones, en el norte de Inglaterra. Lo normal en estos casos es poner a parir el horrendo clima, la grasienta comida y lo poco agraciados que son los hijos de la pérfida Albión. Felicidades, joven español, ya eres tan original como el resto de tus compatriotas que aspiran a servir cafés en Londres mientras ponen a parir un lugar que, a diferencia de la madre patria, les ofrece trabajo precario y posibilidades, no siempre reales, de aprender inglés. Allá tú con tu nivel medio y tu añoranza del sol y el jamón. Yo, por mi parte, voy a romper una lanza en favor de esta patria extraña en la que conducen al revés y han tenido el santo morro de desarrollar sin vergüenza ninguna un término como overseas para designar a todos aquellos seres que, incomprensiblemente, no viven en una maldita isla. Ahí van seis pedestres razones para ser un poco anglófilo. Que me perdonen los franceses, con lo que yo los quiero y la caña que les he metido en este blog. 

Sí, también inventaron lo del keep calm.

6. El curry 
Vale, la comida inglesa es una mierda, aunque esté harta de ver a un montón de españoles como moi-même comer fish and chips a dos carrillos y hartarse de hamburguesas cerdas en un pub, que por otro lado es uno de los mejores placeres de la vida. El espíritu imperialista de la Gran Bretaña, consecuencia de dos elementos clave para desarrollar un auténtico poder postcolonial, a saber, que el país es una mierda y ellos son una panda de ladrones, ha convertido las Islas en el paraíso de la comida que antaño preparaban únicamente en sus colonias. En un terreno relativamente pequeño y sin los molestos inconvenientes de ir a la India (hay indios, y la mayoría son pobres) cualquier puede ponerse las botas con toda clase de currys de cualquier parte del Indostán. Los hay para todos los gustos: vegetarianos, con carne, más o menos picantes y a precios más que razonables. Así que tú, gordo español, deja de dar por culo con el jamón y abraza las ventajas del postcolonialismo. 

5. La educación
Los españoles somos marchosos, fiesteros y abiertos de mente. O eso dicen las agencias de turismo que atraen a jóvenes británicos a emborracharse hasta el coma etílico todos los veranos en Barcelona. Lo que no dicen es que somos unos maleducados. Impresión que mis queridos franceses también comparten. Aquí no funciona el gritar, levantar la mano y exigir la cuenta. Ni el pegar codazos en el metro. Es verdad que pueden ser unos auténticos y gélidos cabrones, pero un inglés siempre te tratará con respecto, de dirá sorry, thank you, may I… aunque te esté apuñalando. Y ya saben ustedes lo importantes que considero yo las formas. 

4. Las colas
Curiosa costumbre de la que los catetos españoles tendemos a reírnos y que desespera a los británicos cuando vienen a comer paella congelada y a pagar un riñón por una sangría Don Simón a nuestro incomparable país. Olvídense de hacerse los listos en una barra de bar: los camareros controlan quién va primero, e incluso en un estado alcohólico, por otra parte habitual en un pub, a un inglés jamás se le ocurrirá colarse y pedir su doceava pinta antes que tú. Cosa muy de agradecer cuando dos cientas personas se agolpan en busca de alcohol en un espacio pequeño. 

3. El clima
Vale, el clima es una mierda, no hay discusión posible. El cielo suele ser gris, llueve y un español recién llegado no entiende la capa de superpoderes que protege a los ingleses y que les evita llevar paraguas. Hasta que un día hace viento, te jode el paraguas y empiezas a renovar todo tu vestuario pensando en lo prácticas que son las capuchas. Concedido. Pero también es cierto que los humanos, por el momento, no somos gremlins, y no pasa nada si nos mojamos, incluso después de la medianoche. Además, gracias a ese clima-de-mierda que tanto nos gusta criticar el verde predomina incluso en ciudades grises de cuerpo y espíritu como Leeds. Y a veces sale el sol, y entonces de repente todo adquiere un color nuevo y a uno se le ensanchece el alma un poquito, que diría Jebediah Springfield. 

2. Las inglesas visten como zorras son increíblemente horteras
Da igual que este sea el país del tweed. Las normas básicas de la armonía estética no rigen la psicología femina inglesa. Curioso, también, porque es sobre todo una cuestión que atañe sobre todo a las mujeres. A primera vista, la combinación de colores propia de un daltónico, el exceso de tacones, maquillaje y minifaldas que dejan poco a la imaginación puede suponer un shock para el español medio, víctima de un imperio Zara que provocó que en España pasásemos de vestir como una república soviética a parecer toda la misma dependienta de boutique con aspiraciones a emular el ñoño estilo de Sara Carbonero. Una vez superado el trauma visual, yo llegué a la conclusión de que era lo más liberador del mundo. Primero, porque a las inglesas les da igual pesar cuarenta que cien quilos: ellas lucirán cacha aunque estemos a cinco bajo cero. Segundo, porque cuando viví en París me sentía una vagabunda con sobrepeso cada vez que salía a unas calles plagas de Carlas Brunis en potencia, caracterizadas por la innegable elegancia francesa y la urgente necesidad de comerse un cocido. Aquí da absolutamente igual lo que me ponga: siempre voy mejor que ellas, y un poquito menos putón. Y a veces incluso las envidio por su infinita capacidad de desprecio a cualquier canon de belleza que suponga tapar un centímetro de piel de más. 

1. Las cervezas, los pubs y el poder empezar a beber a las cuatro de la tarde
En primer lugar, los ingleses beben como si no hubiera un mañana. Y empiezan a hacerlo muy pronto. También es verdad que los pubs cierran pronto, como a las 11, pero a esa hora uno ya está perfectamente borracho para poder haber olvidado todas las penas del día. De hecho, el alcoholismo es uno de los problemas más acuciantes del país, y creo que la esencia está precisamente en eso: en España no te puedes emborrachar un martes, porque empezando con suerte a beber a las 8 de la tarde, al día siguiente no hay manera de ser persona digna. Aquí, si uno se va a dormir toñado a las 10 de la noche, a las 8 de la mañana del día siguiente está como una rosa… y vuelta al pub al salir del trabajo. Además de beber más, beben mejor cerveza que nosotros: una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida ha sido descubrir la infinita variedad de ales que tiene cualquier pub: en cada lugar son distintas, cada pueblo o a veces incluso cada bar tiene sus propias variedades. Y todas suelen estar tremendas. Además, tienen menos graduación que las mierdas (léase especialmente Mahou y San Miguel) que bebemos habitualmente en España, por lo que una puede cascarse alegremente dos litros de cerveza y seguir manteniéndose de pie. God save the Queen*.

* Y no olviden que ellos inventaron el punk.  
Por si no lo saben, en la vida a veces pasan cosas maravillosas. No es lo habitual, pero de repente, una recibe una llamada comunicándole que ha ganado un premio de investigación en su querida Salamanca, y después de años planeando viajes imposibles que nunca se llevan a cabo, de repente se ve plantada en medio de la Plaza Mayor. Debería escribir un post sobre reencuentros, olvidos, viejos rituales y la extraña sensación de llegar a un lugar que es y no es mío al mismo tiempo. Debería hablar de Anaya, de la universidad y del nunca volveré a ser joven que decía Gil de Biedma. Y debería dedicárselo a Lina, que me llevó a bailar. 
Afortunadamente, alguien ha expresado lo mismo mucho antes y mejor que yo:

Salamanca. Punto final

Aún es pronto, me digo,

para hablar de la muerte.


Y, sin embargo, el tono dorado


de esta plaza señala la escasa certidumbre

de las cosas.

Su inexistente voluntad de perdurar

en nosotros.

Aún es pronto y no obstante

me cuesta admitir que todo es nuevamente posible.

Apenas una simple certeza:

la de no ser capaz de reconocerse en lo vivido.


Miro lo que fui, aquí,

y el pasado tiene el mismo color


de los edificios,


la piel ocre de lo que se vivió alguna vez

y ya no puede regresar con la intensidad

de entonces.

Como ese esplendor en el que confié

y del que, ahora, nada queda.

Ni siquiera el saludo tardío

de los que me acompañaron en los soportales.


Observo este lugar y sé que fui él mismo,

fui su camino y su deriva,

fui sus autores: Hierro, Arlt, Valente,

todos los que vinieron por primera vez

a señalarme los límites del mundo.

También el límite de la ciudad.

Fui aquellas reproducciones que en Las Conchas

salían conmigo

y se desplegaban sobre alguna mesa,

en algún café de la zona.

En el Alcaraván, por ejemplo,

donde admiré a Magritte o a Hopper.

Ahora sé que todos escaparon a tiempo,

mucho antes que yo.

Su huida, una rápida y silenciosa cadencia

hacia delante.


Intuyo que ha pasado mucho tiempo, porque es ahora

cuando miro a la ciudad sin nostalgia.

Ahora que la observo ausente, con el temor

de reconocerla un territorio extraño.

El mismo temor que siento

al abandonar una calle del centro

y el mismo que producen sus paseos circulares.

Llegar a un lugar que juzgaba a mucha distancia

y encontrarlo de nuevo me infiere un temor a lo cercano.

Mi camino, desde entonces, se ajusta

a esa premisa: todo paseo tiene su propia frontera.

(El terreno se angosta y me deja solo

nuevamente).


Ya no vivo aquí y, si lo hiciera, nada sería

distinto en apariencia. Como esas casas

que conservan su fachada y guardan en su interior

los escombros de otras casas colindantes.

La maleza, los hierbajos, los despojos de toda una ciudad

en su función de naturaleza muerta.

Observo dentro y veo que mi vida

aquí fue igual: una suma de restos.

Paseos en los márgenes de Canalejas;

conversaciones en algún banco de Alamedilla;

encuentros fugaces sobre las escaleras de Anaya;

la vista imposible de un puerto,

intuido desde cualquier punto de la plaza del Oeste;

la militancia oscura y solitaria detrás de la Casa Lis,

buscando un reflejo que nunca llegó a sus ventanales;

las aguas detenidas del Tormes;

el frío nocturno al regresar de Plasencia.


Por eso, me digo ahora,

sería justo comenzar a hablar de la muerte.

Ha pasado el tiempo y ya va siendo hora

de nombrar las cosas en su medida exacta.

No fue el destino lo que me trajo aquí,

ni siquiera el azar el que me trae de vuelta.

Es, cuesta decirlo, la escasa memoria

de unos años que no consigo olvidar.

Porque nadie es capaz de olvidar la suma de muertes

por las que trascurre su vida.


Alex Chico, Dimensión de la frontera, Sevilla: Isla de la Siltolá, 2011. Reproducido con el amable permiso de su autor. 
Ronda por Facebook estos días una cadena que reza lo siguiente:

Haz una lista con 10 libros que hayan permanecido contigo. No le eches mucho tiempo; no lo pienses mucho. No tienen por qué ser grandes obras, sólo obras que te hayan marcado. Etiqueta a otros a otras 20 personas, incluyéndome, para que pueda ver tu lista.

A pesar de que me he pasado demasiadas horas de mi vida hablando y leyendo cosas en contra de los cánones y de las listas de títulos literarios, cuando me etiquetaron a mí en la dichosa cadena no pude evitar ponerme a pensar en cómo sería mi lista. Sin embargo, es algo que me da mucha pereza hacer vía Facebook, porque me aburre ensuciar muros ajenos con mis monomanías literarias. Por ello lo voy a hacer aquí, donde además tengo mucho más espacio para divagar sobre ello. Además, diez me parecían muy pocos, y yo no tengo el talento de la síntesis.
Que conste que es sólo una lista personal, subjetiva y tremendamente sujeta a variaciones y cambios temporales, que quiere dar cuenta, de forma muy vaga y aproximada, de veinte libros y algunos más que me han marcado lo suficiente para llevarlos, ya no en el alma, si no en el cuerpo. El orden es un poco azaroso, porque me parece una chorrada soberana pensar en la necesidad de una jerarquía. Espero que disfruten, y nunca olviden mi consejo: jamás tengan sexo con alguien que no tiene libros. 

20. George Martin, la saga de Canción de hielo y fuego
Nadie que haya leído la saga de Martin ha podido seguir con su vida igual que antes. No sólo por los personajes y una trama folletinesca que es imposible abandonar, pero sobre todo porque en estos libros todo lo que se ama tiende a morir, dejándonos a nosotros, pobres lectores, sumidos en la más lamentable de las miserias. Un apunte: viví la muerte de Ned y la Boda Roja en el tren y la gente me miraba raro.
19. Sir Terry Pratchett, en general todas la saga sobre Mundodisco, pero destacaría aquellas centrada en las brujas y en especial Brujerías y Brujas de viaje.
En realidad, esta lista podría muy bien estar formada únicamente por libros de Mundodisco y seguramente sería mucho mejor. Haciendo un sublime esfuerzo de contención (que me perdone la saga de la Guardia, que me ha hecho llorar y reír a partes iguales), he seleccionado dos de mis preferidos sobre las brujas. Básicamente, porque gracias a ellas he aprendido que si hay algo peligroso en un bosque ese oscuro, ese algo debo ser yo.


18. Carmen Martín Gaite, Nubosidad variable
Aquí he hecho otro esfuerzo de contención por no poner media bibliografía de la autora, pero la historia de amistad entre Sofía y Mariana, la presencia de un duende de las palabras llamado Noc y la estructura en torno al género epistolar, que es un modo de escritura al que le tengo particular cariño, hicieron que esta novela me llegara al alma hace años y me acompañara durante mucho tiempo, hasta hoy. 

17. Jaime Gil de Biedma, Las personas del verbo
Aunque la poesía nunca me ha tirado especialmente, en parte porque casi todos los poetas me caen mal, Jaime Gil de Biedma es una excepción forzada, porque nadie ha narrado cómo él lo que es contemplarse ante el espejo después de una noche toledana, justo en ese momento en que una empieza a pensar que ya está mayor para estas cosas.


16. Luis García Montero, Habitaciones separadas


Sí, dadme poesía de la experiencia, de esa que entiendo, y dejadme de chorradas. Este libro de García Montero me apasiona porque hace muchos años, alguien muy listo y muy brillante me brindó uno de los primeros acercamientos a la literatura comparada con sus poemas. Y muchos años después, yo lo seguí usando con mis alumnos, desde el otro lado de la barrera. Además, Luis García Montero le dio el nombre a este blog. Y pienso en este poema cada vez que me subo en un avión. Y porque lo leíamos en voz alta, en el suelo de mi habitación de Salamanca, después de bebernos una botella de vino. 

15. Michel Foucault, Historia de la sexualidadVigilar y Castigar, El nacimiento de la clínica
Hago trampa deliberadamente, porque de Foucault es imposible poner un solo libro. No son novelas, son ensayos, y poco ligeros en la mayoría de los casos. Evidentemente, a Foucault lo he leído por culpa de la vida académica y de la manía de hacer una tesis. Pero me ha servido para mucho más que para hacerme doctora, ya que, básicamente, me ha servido para comprender el mundo en el que vivo. Y no hay más que hablar. 

14. Judith Butler, Deshacer el géneroEl género en disputa


Caso parecido al de Foucault: resulta que hacer una tesis no sólo sirve únicamente para quedarse en paro, sino que a veces es útil para comprender aquello que nos rodea. No es lectura fácil, ni sencilla, pero en el mundo académico -y en el mundo en general- los estudios de género son muy útiles para detectar el nivel de imbéciles misóginos que nos rodean. Problema: sacaréis la motosierra mucho más a menudo después de leer a la Butler.

13. Charlotte Brönte, Jane Eyre


Porque todo el mundo debería poner al menos a una escritora victoriana en su vida, y las hermanas Brönte son lo más. Y porque lloré al leerla y nadie me cree cuando lo digo.

12. Octave Mirbeau, Le jardin des supplices
Si la Brönte me hizo llorar, Mirbeau casi me hace vomitar. Conviene decir que las novelas no sólo se llevan en el alma, si no que también puede llevarse en el cuerpo, y una que me hizo sentirme físicamente mal merecía el honor de estar en esta lista. Publicada en 1899, es un clásico de la literatura francesa de fin de siglo protagonizada, básicamente, por una loca a la que le encanta ver carne y vísceras en todo su esplendor. Nueva demostración de que Cronenberg y el cine de la nueva carne no se inventaron nada nuevo.

11. Gabriel Miró, Las cerezas del cementerio 
Publicada en 1910, encaja perfectamente en lo que yo llamaría una «novela preciosa»: porque hay un adulterio del cual su protagonista sale como si nada y está escrita de forma maravillosa. Además, Miró sabía muy bien que los personajes que maltrataban bichos tenían algo malo en el alma. Y porque en realidad le pertenece mucho más a alguien que ha sido imprescindible en mi vida académica, y que sabe más que nadie de Miró. 

10. Benito Pérez Galdós, Tormento y La de Bringas
De nuevo, adulterios y amancebamientos sin fin. He leído tanto a Galdós y sobre Galdós que tenía que estar en la lista, pero el mundo del galdosismo es básicamente un infierno. Claro ejemplo de cómo la academia se puede cargar a un gran autor. 

09. Benito Pérez Galdós, La desheredada
De nuevo, una novela que en la carrera me tuve que leer tres veces, debido a la consistencia de los planes docentes universitarios. Debía aparecer aquí por pura insistencia. Además, la protagonista es una prostituta. 

08. Cervantes, El Quijote
Después de tantos años hablando sobre el canon y desmontando el concepto de clásico de la literatura, incluir en esta lista a Cervantes me haría merecedora del oprobio generalizado. Pero qué quieren, estudié Filología Hispánica. Y básicamente, la novela me recuerda a los profesores maravillosos que me hablaron de ella. A Alberto Blecua, que paraba la clase para salir a fumar. A Lina Rodríguez, que me enseñó que lo importante era la actitud ante la vida que se podía leer en ella, porque básicamente en El Quijote se puede proyectar cualquier cosa, y Lina proyectaba su carácter, y eso también era adorable, y además yo era más joven y menos pesimista. Incluso a Carme Riera, que además de darnos mucho miedo, también enseñaba de miedo. Además, también hay prostitutas, aunque menos que en las novelas del XIX.

07. Almudena Grandes, Modelos de mujer
Fue uno de los primeros libros «de mayores» que recuerdo leer, debía tener doce o trece años, y lo que hoy cultivo como exquisita misantropía de la cual me enorgullezco era en aquel entonces inseguridad y timidez preadolescente. Encontrar un libro de relatos (que le robé a mi madre) en el que aparecieran un montón de figuras femeninas perdedoras como yo misma me hizo seguir confiando más en la literatura que en los humanos. Y así me ha ido.

06. Emile Zola, Nana 
Sale otra prostituta. Y no se puede hablar de putas del siglo XIX (que ya ven que es un tema que me atrae) sin mencionar esta novela. A pesar de lo que digan, mi querido Emile es mucho más divertido que Galdós y que Clarín, básicamente porque es mucho más pervertido. ¿Quieren saber por qué? Lean esta novela.

05. Joris K. Huysmans, À rebours
La primera vez que la leí me pareció un coñazo soberano. Gracias a dios tuve el tino suficiente de no mencionárselo a mi directora de tesis, que me hubiera arrojado al arroyo. Me callé, seguí trabajando, y pronto descubrí la suprema verdad: esta novela es uno de los mejores textos escritos durante el fin de siglo, sin la cual no se puede entender nada de nada. Además, todos llevamos a un pequeño Des Esseintes en el alma que quiere encerrarse en casa, cubrirse de joyas y beber absenta.

04. José María Llanas Aguilaniedo, Del jardín del amor
Con Esther Tusquets aprendí que existían lesbianas en la literatura. Con Marguerite Radcliffe Hall descubrí que existían lesbianas inglesas vintage. Y con esta descubrí que la literatura española no tenía nada que envidiar a los cabritish. Prometo que un día le dedicaré a mi querido Llanas Aguilaniedo un post como dios manda. Se trata de un escritor muy desconocido, también del fin de siglo, que escribió tres novelas maravillosas y con el que mi tía March y yo estamos un pelín obsesionadas. Además, esta novela, que se publicó en 1902, está protagonizada por la que en mi opinión es una de las lesbianas más interesantes de la literatura española.

03. Emilia Pardo Bazán, Dulce dueño
Esta novela es la prueba palpable de una de las mayores mentiras que cuentan los libros de historia de la literatura española, según los cuales Emilia Pardo Bazán era una escritora naturalista. No, no, no… y te lo certifico. No hay prostitutas, pero hay misticismo, locura, sedas y joyas a raudales. Razones de peso. 

02. Leopoldo Alas, «Clarín», La Regenta
Vetusta, la capital provinciana en la que se enmarca esta novela, siempre me ha parecido un trasunto de Terrassa. A primera vista en esta novela parece que no pasa nada. Y a segunda, una comprueba que, efectivamente, no pasa nada, más allá del enésimo adulterio. Y esa es una de las novelas mejor escritas de la literatura española. En serio, léanla y sabrán qué se siente los días de lluvia. Y de igual modo que en el caso de Galdós, eviten la gran mayoría de estudios críticos sobre Clarín, siempre y cuando no sean de Sergio Beser. 

01. Gustave Flaubert, Madame Bovary
A pesar de que Flaubert dijo aquello de Madame Bovary c’est moi, lo cierto es que estaba equivocado: Madame Bovary es, sobre todo, de las mujeres. Leerla permite entender la mayoría de tópicos en torno a la feminidad relacionados con el consumo, la lectura, la locura y el matrimonio. Todos odian a Emma Bovary, pero yo la adoro, porque me dirán ustedes qué hubieran hecho casadas con un paleto y confinadas el resto de sus días en un pueblucho de la Francia profunda. Obviamente, dilapidar una fortuna, cometer numerosos adulterios y terminar suicidándose con arsénico. Eso es ser una señora. 

Como cada año, servidora les desea unas felices fiestas y próspero
2014
, en esta ocasión patrocinadas por la alegría erótico festiva de la revista
Vida Galante (1898-195). Sobre todo, en lo que se refiere a terminar estos días cual las muchachas de vida alegre que ilustran esta imagen. 


Portada de Vida Galante, 24 de diciembre de 1889. Aunque el texto no va firmado, me juego una mano a que pertenece a mi querido Eduardo Zamacois.

Transcripción del texto: 

NOCHEBUENA

Apuradas las heces del deleite, él se quedó dormido
con los brazos apoyados en la mesa, mientras una joven, con el rostro desfigurado
por los amagos de la borrachera y descubiertas las morbideces del seno
tentador, le bautiza vaciándole sobre la cabeza una botella de champagne: sentada en el suelo aparece
otra mujer, con los brazos caídos, la ardiente boca entreabierta, los ojos
fijos: allá, en el fondo, se dibuja la silueta de un hombre que se apoya en la
pared luchando contra el mareo: debajo de la mesa se ven dos piernas
femeninas… Aquello parece el rincón más secreto del manicomio…
La Nochebuena se viene,
La Nochebuena se va….
¡Excelsior,
voto a Dios! Gocemos, puesto que la sangre moza reclama un puesto en el
banquete de la bacanal humana y el Almanaque también prescribe la alegría;
demos de lado los torcedores recuerdos del ayer, levantemos la copa bienhechora
del contento para brindar por el porvenir, por las esperanzas vírgenes, por
todo lo que aparece engalanado con los orientalescos hechizos de la promesa… y
celebremos con una carcajada la muerte del año que está agonizando. ¡Ha llegado
el momento solemne de reír! No son únicamente los hijos que viven al amparo de
sus padres y los burgueses mimados por la fortuna, para quienes la existencia
es como jardín amenísimo plantío ubérrimo de bienandanzas o lago sin
tempestades ni peligros, los únicos que tienen 
derecho a celebrar la Nochebuena… También los desheredados de la
suerte, los que cruzan el mundo el mundo zarandeados por los furiosos vaivenes
del vendaval de la vida, los bohemios, sin patria, sin hijos y sin hogar,
tienen su Nochebuena.
¿Por qué no? Somos cosmopolitas y en nuestra patria
no se pone el sol; el hogar se improvisa; el cariño de los hijos, la ausencia
de los padres, se remedian con el amor de la mujer… Con abrazos que enardecen
la sangre, con besos que escandecen los labios, con apasionados juramentos que
enloquecen el cerebro y acicatan el corazón con oleadas de fe… La mujer es
nuestra redentora: la mujer que canta y ríe y aturde sujetándonos la cabeza
entre sus manos para impedirnos mirar hacia atrás; y si la mujer no basta,
sumemos a los deleites de la pasión los places de la mesa y bauticemos el amor
con vino… ¡Segador celestial de los recuerdos!
¡Ande, ande, andela marimorena!
¡Ande, ande, ande que hoy es Nochebuena!