Ronda por Facebook estos días una cadena que reza lo siguiente:
Haz una lista con 10 libros que hayan permanecido contigo. No le eches mucho tiempo; no lo pienses mucho. No tienen por qué ser grandes obras, sólo obras que te hayan marcado. Etiqueta a otros a otras 20 personas, incluyéndome, para que pueda ver tu lista.
A pesar de que me he pasado demasiadas horas de mi vida hablando y leyendo cosas en contra de los cánones y de las listas de títulos literarios, cuando me etiquetaron a mí en la dichosa cadena no pude evitar ponerme a pensar en cómo sería mi lista. Sin embargo, es algo que me da mucha pereza hacer vía Facebook, porque me aburre ensuciar muros ajenos con mis monomanías literarias. Por ello lo voy a hacer aquí, donde además tengo mucho más espacio para divagar sobre ello. Además, diez me parecían muy pocos, y yo no tengo el talento de la síntesis.
Que conste que es sólo una lista personal, subjetiva y tremendamente sujeta a variaciones y cambios temporales, que quiere dar cuenta, de forma muy vaga y aproximada, de veinte libros y algunos más que me han marcado lo suficiente para llevarlos, ya no en el alma, si no en el cuerpo. El orden es un poco azaroso, porque me parece una chorrada soberana pensar en la necesidad de una jerarquía. Espero que disfruten, y nunca olviden mi consejo: jamás tengan sexo con alguien que no tiene libros.
20. George Martin, la saga de Canción de hielo y fuego
Nadie que haya leído la saga de Martin ha podido seguir con su vida igual que antes. No sólo por los personajes y una trama folletinesca que es imposible abandonar, pero sobre todo porque en estos libros todo lo que se ama tiende a morir, dejándonos a nosotros, pobres lectores, sumidos en la más lamentable de las miserias. Un apunte: viví la muerte de Ned y la Boda Roja en el tren y la gente me miraba raro.
19. Sir Terry Pratchett, en general todas la saga sobre Mundodisco, pero destacaría aquellas centrada en las brujas y en especial Brujerías y Brujas de viaje.
En realidad, esta lista podría muy bien estar formada únicamente por libros de Mundodisco y seguramente sería mucho mejor. Haciendo un sublime esfuerzo de contención (que me perdone la saga de la Guardia, que me ha hecho llorar y reír a partes iguales), he seleccionado dos de mis preferidos sobre las brujas. Básicamente, porque gracias a ellas he aprendido que si hay algo peligroso en un bosque ese oscuro, ese algo debo ser yo.
18. Carmen Martín Gaite, Nubosidad variable
Aquí he hecho otro esfuerzo de contención por no poner media bibliografía de la autora, pero la historia de amistad entre Sofía y Mariana, la presencia de un duende de las palabras llamado Noc y la estructura en torno al género epistolar, que es un modo de escritura al que le tengo particular cariño, hicieron que esta novela me llegara al alma hace años y me acompañara durante mucho tiempo, hasta hoy.
17. Jaime Gil de Biedma, Las personas del verbo
16. Luis García Montero, Habitaciones separadas
Sí, dadme poesía de la experiencia, de esa que entiendo, y dejadme de chorradas. Este libro de García Montero me apasiona porque hace muchos años, alguien muy listo y muy brillante me brindó uno de los primeros acercamientos a la literatura comparada con sus poemas. Y muchos años después, yo lo seguí usando con mis alumnos, desde el otro lado de la barrera. Además, Luis García Montero le dio el nombre a este blog. Y pienso en este poema cada vez que me subo en un avión. Y porque lo leíamos en voz alta, en el suelo de mi habitación de Salamanca, después de bebernos una botella de vino.
15. Michel Foucault, Historia de la sexualidad, Vigilar y Castigar, El nacimiento de la clínica
Hago trampa deliberadamente, porque de Foucault es imposible poner un solo libro. No son novelas, son ensayos, y poco ligeros en la mayoría de los casos. Evidentemente, a Foucault lo he leído por culpa de la vida académica y de la manía de hacer una tesis. Pero me ha servido para mucho más que para hacerme doctora, ya que, básicamente, me ha servido para comprender el mundo en el que vivo. Y no hay más que hablar.
14. Judith Butler, Deshacer el género y El género en disputa
Caso parecido al de Foucault: resulta que hacer una tesis no sólo sirve únicamente para quedarse en paro, sino que a veces es útil para comprender aquello que nos rodea. No es lectura fácil, ni sencilla, pero en el mundo académico -y en el mundo en general- los estudios de género son muy útiles para detectar el nivel de imbéciles misóginos que nos rodean. Problema: sacaréis la motosierra mucho más a menudo después de leer a la Butler.
13. Charlotte Brönte, Jane Eyre
Porque todo el mundo debería poner al menos a una escritora victoriana en su vida, y las hermanas Brönte son lo más. Y porque lloré al leerla y nadie me cree cuando lo digo.
12. Octave Mirbeau, Le jardin des supplices
Si la Brönte me hizo llorar, Mirbeau casi me hace vomitar. Conviene decir que las novelas no sólo se llevan en el alma, si no que también puede llevarse en el cuerpo, y una que me hizo sentirme físicamente mal merecía el honor de estar en esta lista. Publicada en 1899, es un clásico de la literatura francesa de fin de siglo protagonizada, básicamente, por una loca a la que le encanta ver carne y vísceras en todo su esplendor. Nueva demostración de que Cronenberg y el cine de la nueva carne no se inventaron nada nuevo.
11. Gabriel Miró, Las cerezas del cementerio
Publicada en 1910, encaja perfectamente en lo que yo llamaría una «novela preciosa»: porque hay un adulterio del cual su protagonista sale como si nada y está escrita de forma maravillosa. Además, Miró sabía muy bien que los personajes que maltrataban bichos tenían algo malo en el alma. Y porque en realidad le pertenece mucho más a alguien que ha sido imprescindible en mi vida académica, y que sabe más que nadie de Miró.
10. Benito Pérez Galdós, Tormento y La de Bringas
De nuevo, adulterios y amancebamientos sin fin. He leído tanto a Galdós y sobre Galdós que tenía que estar en la lista, pero el mundo del galdosismo es básicamente un infierno. Claro ejemplo de cómo la academia se puede cargar a un gran autor.
09. Benito Pérez Galdós, La desheredada
De nuevo, una novela que en la carrera me tuve que leer tres veces, debido a la consistencia de los planes docentes universitarios. Debía aparecer aquí por pura insistencia. Además, la protagonista es una prostituta.
08. Cervantes, El Quijote
Después de tantos años hablando sobre el canon y desmontando el concepto de clásico de la literatura, incluir en esta lista a Cervantes me haría merecedora del oprobio generalizado. Pero qué quieren, estudié Filología Hispánica. Y básicamente, la novela me recuerda a los profesores maravillosos que me hablaron de ella. A Alberto Blecua, que paraba la clase para salir a fumar. A Lina Rodríguez, que me enseñó que lo importante era la actitud ante la vida que se podía leer en ella, porque básicamente en El Quijote se puede proyectar cualquier cosa, y Lina proyectaba su carácter, y eso también era adorable, y además yo era más joven y menos pesimista. Incluso a Carme Riera, que además de darnos mucho miedo, también enseñaba de miedo. Además, también hay prostitutas, aunque menos que en las novelas del XIX.
07. Almudena Grandes, Modelos de mujer
Fue uno de los primeros libros «de mayores» que recuerdo leer, debía tener doce o trece años, y lo que hoy cultivo como exquisita misantropía de la cual me enorgullezco era en aquel entonces inseguridad y timidez preadolescente. Encontrar un libro de relatos (que le robé a mi madre) en el que aparecieran un montón de figuras femeninas perdedoras como yo misma me hizo seguir confiando más en la literatura que en los humanos. Y así me ha ido.
06. Emile Zola, Nana
Sale otra prostituta. Y no se puede hablar de putas del siglo XIX (que ya ven que es un tema que me atrae) sin mencionar esta novela. A pesar de lo que digan, mi querido Emile es mucho más divertido que Galdós y que Clarín, básicamente porque es mucho más pervertido. ¿Quieren saber por qué? Lean esta novela.
05. Joris K. Huysmans, À rebours
La primera vez que la leí me pareció un coñazo soberano. Gracias a dios tuve el tino suficiente de no mencionárselo a mi directora de tesis, que me hubiera arrojado al arroyo. Me callé, seguí trabajando, y pronto descubrí la suprema verdad: esta novela es uno de los mejores textos escritos durante el fin de siglo, sin la cual no se puede entender nada de nada. Además, todos llevamos a un pequeño Des Esseintes en el alma que quiere encerrarse en casa, cubrirse de joyas y beber absenta.
04. José María Llanas Aguilaniedo, Del jardín del amor
Con Esther Tusquets aprendí que existían lesbianas en la literatura. Con Marguerite Radcliffe Hall descubrí que existían lesbianas inglesas vintage. Y con esta descubrí que la literatura española no tenía nada que envidiar a los cabritish. Prometo que un día le dedicaré a mi querido Llanas Aguilaniedo un post como dios manda. Se trata de un escritor muy desconocido, también del fin de siglo, que escribió tres novelas maravillosas y con el que mi tía March y yo estamos un pelín obsesionadas. Además, esta novela, que se publicó en 1902, está protagonizada por la que en mi opinión es una de las lesbianas más interesantes de la literatura española.
03. Emilia Pardo Bazán, Dulce dueño
Esta novela es la prueba palpable de una de las mayores mentiras que cuentan los libros de historia de la literatura española, según los cuales Emilia Pardo Bazán era una escritora naturalista. No, no, no… y te lo certifico. No hay prostitutas, pero hay misticismo, locura, sedas y joyas a raudales. Razones de peso.
02. Leopoldo Alas, «Clarín», La Regenta
Vetusta, la capital provinciana en la que se enmarca esta novela, siempre me ha parecido un trasunto de Terrassa. A primera vista en esta novela parece que no pasa nada. Y a segunda, una comprueba que, efectivamente, no pasa nada, más allá del enésimo adulterio. Y esa es una de las novelas mejor escritas de la literatura española. En serio, léanla y sabrán qué se siente los días de lluvia. Y de igual modo que en el caso de Galdós, eviten la gran mayoría de estudios críticos sobre Clarín, siempre y cuando no sean de Sergio Beser.
01. Gustave Flaubert, Madame Bovary
A pesar de que Flaubert dijo aquello de Madame Bovary c’est moi, lo cierto es que estaba equivocado: Madame Bovary es, sobre todo, de las mujeres. Leerla permite entender la mayoría de tópicos en torno a la feminidad relacionados con el consumo, la lectura, la locura y el matrimonio. Todos odian a Emma Bovary, pero yo la adoro, porque me dirán ustedes qué hubieran hecho casadas con un paleto y confinadas el resto de sus días en un pueblucho de la Francia profunda. Obviamente, dilapidar una fortuna, cometer numerosos adulterios y terminar suicidándose con arsénico. Eso es ser una señora.